Sandra Melgarejo / Imagen: Pablo Eguizábal. Santiago de Compostela
Dice Ana Gago que el TDAH es un trastorno muy frecuente en la población infantil y que ocasiona muchísima alteración. La especialista en Psiquiatría infantojuvenil del Hospital Clínico de Santiago recuerda que también puede persistir en los adultos, pero en esta entrevista habla, sobre todo, de niños brillantes, frescos y espontáneos que pueden aprender a convivir con este trastorno y conseguir lo que se propongan, siempre que cuenten con un diagnóstico y un tratamiento adecuados.
¿En qué ámbitos se suele detectar más el TDAH?
El TDAH se detecta en ámbitos como el familiar. Es muy típico que padres que tienen varios hijos noten claramente que uno de ellos no obtiene los hitos del desarrollo de una manera semejante a sus hermanos: es un niño demasiado inquieto, se expone muy fácilmente al peligro, cruza la calle sin pensar, no puede estar sentado… Mientras que sus hermanos, a su edad, podían estar sentados, se comportaban en clase… Entonces, los padres dan la voz de alarma porque algo no va bien.
Otras veces son los profesores quienes detectan muy bien el TDAH porque tienen una muestra de 20 a 30 alumnos de una misma edad y ven claramente que los niños, a una determinada edad, pueden hacer las tareas o aguantar una explicación, pero que uno o dos niños de la clase claramente no pueden seguir el ritmo. Los profes se dan cuenta de que son niños inteligentes y de que tienen chispa y capacidad, pero que por culpa de la inquietud y de la dificultad de atención pierden la oportunidad de tener un buen rendimiento escolar.
Los pediatras detectan muy bien a los niños hiperactivos, pero no todos los TDAH tienen una hiperactividad muy manifiesta; a veces, lo que predomina es la inatención. En ocasiones, las consultas de Pediatría son cortas y cuesta tener el tiempo y el material necesario para hacer una exploración buena de la atención.
Una vez detectado el TDAH, ¿qué pasos se siguen?
Habitualmente, lo primero que se hace es una buena historia clínica. Para ello, se recogen todos los síntomas que los padres, los profesores o el pediatra manifiestan; se hace una valoración global; y se valora de una manera muy destacable el grado de disfunción que esos síntomas producen al niño en su medio. Después, se hace una valoración a base de pruebas y escalas que miden síntomas, repercusión en el funcionamiento social y capacidad intelectual. Ninguna prueba médica complementaria es diagnóstica, pero a veces es necesario pedir algún tipo de prueba o análisis para descartar una anemia que explique el cansancio o una alteración tiroidea que explique la inquietud.
Tras esto, se hace un diagnóstico y se propone un tratamiento. Aquí hay que hacer una labor pedagógica importante con los padres y con el niño o adolescente, para explicarles por qué tratar y por qué medicar, porque nadie quiere medicar a los niños. Hay que hablarles de que, para el bienestar de una persona, es muy bueno que el rendimiento que uno obtenga sea acorde a su capacidad. Es siempre muy frustrante ir por detrás cuando realmente tienes talento; acaba minando autoestima, produciendo tristeza…
¿De qué manera cambia el día a día del niño y de sus padres cuando comienza el tratamiento?
En un 30-40 por ciento de los niños el cambio es maravilloso y se produce muy pronto; hay un antes y un después muy claro. En otro tercio de los niños se produce un pequeño cambio, pero no es tan llamativo, así que hay que mirar aspectos de comorbilidad o ajustar dosis. Y en el resto de los niños vemos que el tratamiento no es suficiente, no responden bien o hay que buscar otra estrategia. Tenemos que estar preparados tanto para los éxitos como para aquellos que van regular o no van bien. Es un placer ver los éxitos, y hay muchos. Pero cuando van regular hay que ver por qué y dar nuevas esperanzas, investigar, estudiar y luchar para que esos niños que no responden tan bien también tengan un final feliz.
Entonces, ¿qué se hace en esos casos más difíciles?
Estudiar mucho. Buscar otros tratamientos, a veces poner dos, mejorar todo lo psicoterapéutico, hacer un mayor enlace con profesores, hacer nueva pedagogía para ver si el tratamiento se está tomando bien… Todavía falta por descubrir mucho más sobre el funcionamiento del cerebro en los niños y es lo desafiante del trastorno; hay que seguir investigando, viendo qué más se puede ofrecer.
¿Crees que el sistema educativo se adapta bien a los niños con TDAH?
Los profes cada vez tienen más interés y te piden más consejo, colaboran más y quieren saber más. Tenemos un tipo de enseñanza muy basado en la lectoescritura y el TDAH se asocia muchas veces a dislexia. Un niño que no lee bien a veces se queda descolgado pudiendo ser brillantísimo. En el siglo XXI se pueden introducir nuevas tecnologías; en las aulas se está haciendo ese cambio hacia lo audiovisual de una manera progresiva. Pero hay otras cosas: exámenes orales, fragmentar los exámenes, adecuarlos a los niños con TDAH... Cada vez hay más comunidades autónomas que hacen exámenes específicos de selectividad para alumnos con TDAH, por ejemplo, lo cual ha sido un gran avance. Los niños son valorados igual y no se quedan descolgados por un problema que realmente se puede solucionar implementando los medios necesarios.
Has comentado que los niños con TDAH pueden ser muy brillantes, ¿qué otros aspectos positivos se pueden destacar?
Cada niño es diferente y eso es lo bonito. Hay que apreciar la especialidad que tiene cada persona, los talentos… Ningún niño con TDAH es igual que otro. A veces, los más movidos e impulsivos tienen mucha chispa, mucha frescura y mucha espontaneidad. Eso es interesante y hay que saber encauzarlo; pueden ser un motor para la clase y no solamente un motivo de interrupción. Algunos son extrovertidos y buenos deportistas, y hay que ayudarles a mantener la amistad y la actividad.
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